LA MULTIPLICIDAD DE SENTIDO DE LO INCONSCIENTE Y EL PUNTO DE VISTA TÓPICO

 

Antes de continuar queremos dejar establecido el hecho, tan importante como inconveniente, de que la inconsciencia no es sino uno de los múltiples caracteres de lo psíquico, no bastando, pues, por sí solo para formar su característica. Existen actos psíquicos de muy diversa categoría que, sin embargo, coinciden en el hecho de ser inconscientes. Lo inconsciente comprende, por un lado, actos latentes y temporalmente inconscientes, que, fuera de esto, en nada se diferencian de los conscientes, y, por otro, procesos tales como los reprimidos, que si llegaran a ser conscientes presentarían notables diferencias con los demás de este género.

Si en la descripción de los diversos actos psíquicos pudiéramos prescindir por completo de su carácter consciente o inconsciente y clasificarlos atendiendo únicamente a su relación con los diversos instintos y fines, a su composición y a su pertenencia a los distintos sistemas psíquicos subordinados unos a otros, lograríamos evitar todo error de interpretación. Pero no siéndonos posible proceder en esta forma, por oponerse a ello varias e importantes razones, habremos de resignarnos al equívoco que ha de representar el emplear los términos «consciente» e «inconsciente» en sentido descriptivo unas veces, y otras en sentido sistemático cuando sean expresión de la pertenencia a determinados sistemas y de la posesión de ciertas cualidades. También podríamos intentar evitar la confusión designando los sistemas psíquicos reconocidos con nombres arbitrarios que no aludiesen para nada a la conciencia. Pero antes de hacerlo así habríamos de explicar en qué fundamos la diferenciación de los sistemas, y en esta explicación nos sería imposible eludir el atributo de ser consciente, que constituye el punto de partida de todas nuestras investigaciones. Nos limitaremos, pues, a emplear un sencillo medio auxiliar, consistente en sustituir, respectivamente, los términos «conciencia» e «inconsciente» por las fórmulas Cc. e Inc., siempre que usemos estos términos en sentido sistemático.

Pasando ahora a los hallazgos positivos del psicoanálisis: Pudiéramos decir que en general un acto psíquico pasa por dos fases con relación a su estado entre las cuales se halla intercalada una especie de examen (censura). En la primera fase el acto psíquico es inconsciente y pertenece al sistema Inc. Si al ser examinado por la censura es rechazado, le será negado el paso a la segunda fase; lo calificaremos de «reprimido» y tendrá que permanecer inconsciente. Pero si sale triunfante del examen, pasará a la segunda fase y a pertenecer al segundo sistema, o sea al que hemos convenido en llamar sistema Cc. Sin embargo, su relación con la conciencia no quedará fijamente determinada por su pertenencia al sistema Cc. No es todavía consciente, pero sí capaz de conciencia (según la expresión de J. Breuer). Quiere esto decir que bajo determinadas condiciones puede llegar a ser, sin que a ello se oponga resistencia especial alguna, objeto de la conciencia. Atendiendo a esta capacidad de conciencia, damos también al sistema Cc. el nombre de «preconsciente». si más adelante resulta que también el acceso de lo preconsciente a la conciencia se halla determinado por una cierta censura, diferenciaremos más precisamente entre sí los sistemas Prec. y Cc. Mas, por lo pronto, nos bastará retener que el sistema Prec. comparte las cualidades del sistema Cc. y que la severa censura ejerce sus funciones en el paso desde el Inc. al Prec. (o Cc.).

Con la aceptación de estos dos (o tres) sistemas psíquicos se ha separado el psicoanálisis un paso más de la psicología descriptiva de la conciencia, planteándose un nuevo acervo de problemas y adquiriendo un nuevo contenido. Hasta aquí se distinguía principalmente de la Psicología por su concepción dinámica de los procesos anímicos, a la cual viene a agregarse ahora su aspiración a atender también a la tópica psíquica y a indicar dentro de qué sistema o entre qué sistemas se desarrolla un acto psíquico cualquiera. Esta aspiración ha valido al psicoanálisis el calificativo de psicología de las profundidades (Tiefenpsychologie). Más adelante hemos de ver cómo todavía integra otro interesantísimo punto de vista. Si queremos establecer seriamente una tópica de los actos anímicos, habremos de comenzar por resolver una duda que en seguida se nos plantea. Cuando un acto psíquico (limitándonos aquí a aquellos de la naturaleza de una idea) pasa del sistema Inc. al sistema Cc. (o Prec.), ¿hemos de suponer que con este paso se halla enlazado un nuevo registro, o como pudiéramos decir, una segunda inscripción de la representación de que se trate, inscripción que de este modo podrá resultar integrada en una nueva localidad psíquica, y junto a la cual continúa existiendo la primitiva inscripción inconsciente? ¿O será más exacto admitir que el paso de un sistema a otro consiste en un cambio de estado de la idea que tiene efecto en el mismo material y en la misma localidad? Esta pregunta puede parecer abstrusa, pero es obligado plantearla si queremos formarnos una idea determinada de la tópica psíquica; esto es, de las dimensiones de la profundidad psíquica. Resulta difícil de contestar, porque va más allá de lo puramente psicológico y entra en las relaciones del aparato anímico con la anatomía. En líneas muy generales sabemos que tales relaciones existen.

La investigación científica ha mostrado que la actividad anímica se halla enlazada a la función del cerebro como a ningún otro órgano. Más allá todavía -y aún no sabemos cuánto- nos lleva al descubrimiento del valor desigual de las diversas partes del cerebro y sus particulares relaciones con partes del cuerpo y actividades espirituales determinadas. Pero todas las tentativas realizadas para fijar, partiendo del descubrimiento antes citado, una localización de los procesos anímicos, y todos los esfuerzos encaminados a imaginar almacenadas las ideas en células nerviosas y transmitidos los estímulos a lo largo de fibras nerviosas, han fracasado totalmente. Igual suerte correría una teoría que fijase el lugar anatómico del sistema Cc., o sea de la actividad anímica consciente, en la corteza cerebral, y transfiriese a las partes subcorticales del cerebro los procesos inconscientes. Existe aquí una solución de continuidad, cuya supresión no es posible llevar a cabo, por ahora, ni entra tampoco en los dominios de la Psicología. Nuestra tópica psíquica no tiene de momento, nada que ver con la Anatomía, refiriéndose a regiones del aparato anímico, cualquiera que sea el lugar que ocupen en el cuerpo, y no a localidades anatómicas.

Nuestra labor, en este aspecto, es de completa libertad y puede proceder conforme vayan marcándoselo sus necesidades. De todos modos, no deberemos olvidar que nuestra hipótesis no tiene, en un principio, otro valor que el de simples esquemas aclaratorios. La primera de las dos posibilidades que antes expusimos, o sea la de que la fase Cc. de una idea significa una nueva inscripción de la misma en un lugar diferente, es, desde luego, la más grosera, pero también la más ventajosa. La segunda hipótesis, o sea la de un cambio de estado meramente funcional, es a priori más verosímil, pero menos plástica y manejable. Con la primera hipótesis -tópica- aparecen enlazadas la de una separación tópica de los sistemas Inc. y Cc., y la posibilidad de que una idea exista simultáneamente en dos lugares del aparato psíquico, y que en realidad si no es inhibida por la censura incluso pase regularmente del uno al otro, sin perder eventualmente su primera residencia o inscripción.

Esto parece extraño, pero podemos alegar en su apoyo determinadas impresiones que recibimos durante la práctica psicoanalítica. Cuando comunicamos a un paciente una idea por él reprimida en su vida y descubierta por nosotros, esta revelación no modifica en nada, al principio, su estado psíquico. Sobre todo, no levanta la represión ni anula sus efectos, como pudiera esperarse, dado que la idea antes inconsciente ha devenido consciente. Por el contrario, sólo se consigue al principio una nueva repulsa de la idea reprimida. Pero el paciente posee ya, efectivamente, en dos distintos lugares de su aparato anímico y bajo dos formas diferentes, la misma idea. Primeramente posee el recuerdo consciente de la huella auditiva de la idea tal y como se la hemos comunicado, y en segundo lugar, además tenemos la seguridad de que lleva en sí, bajo su forma primitiva, el recuerdo inconsciente del suceso de que se trate. El levantamiento de la represión no tiene efecto, en realidad, hasta que la idea consciente entre en contacto con la huella mnémica inconsciente después de haber vencido las resistencias. Sólo el acceso a la conciencia de dicha huella mnémica inconsciente puede acabar con la represión. A primera vista parece esto demostrar que la idea consciente y la inconsciente son diversas inscripciones, tópicamente separadas, del mismo contenido. Pero una reflexión más detenida nos prueba que la identidad de la comunicación con el recuerdo reprimido del sujeto es tan sólo aparente. El haber oído algo y el haberlo vivido son dos cosas de naturaleza psicológica totalmente distinta, aunque posean igual contenido.

No nos es factible, de momento, decidir entre las dos posibilidades indicadas. Quizá más adelante hallemos factores que nos permitan tal decisión o descubramos que nuestro planteamiento de la cuestión ha sido insuficiente y que la diferenciación de las ideas conscientes e inconscientes ha de ser determinada en una forma completamente distinta.